Una reflexión sobre el estado de la cuestión

Hoy me pongo un poco seria, pero sin perder la ilusión.

2014-02-11 16.53.12

 

 

 

 

 

 

Habitamos un mundo ambivalente. En un mismo entorno producimos un supuesto y su contrario: la inercia por compartimentar se aprecia en aspectos tan dispares como el uso de fronteras geográficas, un sistema educativo basado en asignaturas, los premios de artes plásticas divididos en disciplinas, la creación de comunidades de prácticas unidisciplinares, etc, que crean un mundo, en apariencia, más fácil de aprehender, y que convive con una realidad cambiante, difusa, y como diría Zygmunt Bauman, líquida. Esta dilución de contornos se aprecia en hechos flexibles como por ejemplo, la concesión del Leone d’Oro de escultura en la Biennale di Venecia de 1990 a las fotografías de Bernd y Hilla Becher, la participación como artista invitado al cocinero Ferrán Adriá en la XII edición de la Documenta de Kassel, la actuación de Rafael en el Festival de música Sonorama del 2014, la educación basada en proyectos, o la “aparente” fluidez comunicacional que propicia Internet, donde el mundo parece siempre disponible.

Las personas dedicamos gran parte de nuestra vida a que se nos eduque, a educarnos y posteriormente, o paralelamente a trabajar, sea nuestra actividad, fruto directo o no del aprendizaje formal e informal que recibimos. Este proceso puede convertirse en una dura cuesta arriba constante, en una rutinaria tediosa, o con suerte, en un acto de crecimiento personal lleno de emociones. La motivación juega un papel decisivo para inclinar la balanza hacia un estado u otro. ¿Pero cómo hacemos para estar motivados en un mundo lleno de trampas? La estandarización en la educación, el horario laboral, el trabajo flexible y el inflexible que dura para toda la vida y que ahora se nos antoja eterno frente al que ni siquiera se materializa. El ocio basado en el consumo y la construcción de la identidad sustentada en la acumulación de objetos que obligan a producir en masa, y que forzosamente nos aboca a obtener unos ingresos que nos permitan montar en ese resplandeciente tren[1], que las más de las veces, pasa delante de nuestras narices y nos tira al suelo con su velocidad descontrolada.
El aumento ininterrumpido de la base de la pirámide que representa las necesidades básicas hace del ciudadano occidental una persona individualista e insaciable que se devora a sí misma.
Con este panorama se podría aseverar que el mundo que hemos construido es áspero y demasiadas veces duele pasar por él, sin embargo, y sin temor a parecer ingenua, considero que puede haber un espacio para la felicidad basado en la emoción de aprender, en la emoción de ser valorados por el trabajo bien hecho y en la emoción de compartir.
Compartir, permítanme el burdo ejemplo, no es solo darle un día a alguien la mitad del almuerzo, compartir es un acto recíproco y opino que hacerlo mediante procesos interdisciplinarios difumina las fronteras y gracias a ello se fomenta la empatía, se mejoran las competencias y se afrontan y resuelven los problemas de manera más eficiente ya que todos podemos estar y ser.

[1] Con suerte cruzaremos los dedos para no estar dentro del cada vez más numeroso grupo de “consumidores defectuosos”, como dice Bahuman al referirse al consumidor cuyo nivel adquisitivo no le permite entras dentro de esta rueda de consumo.

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